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Autor: admin

Inteligencia Emocional o el arte de estar en buena sintonía con tus emociones

Qué me dirías si afirmo categóricamente aquí y ahora que todas las emociones son necesarias y positivas. Sí, sí. TODAS. Seguramente no me creas, seguramente pienses que con la llegada del otoño se me ha aflojado alguna tuerca o algo así pero enseguida vas a ver que esto tiene una explicación muy sencilla. Si eres capaz de sentir algo, es porque estás equipado para ello, más concretamente, porque tu cerebro está preparado y organizado para que puedas sentir tristeza, alegría, asco, miedo, ira, culpa, vergüenza…es decir, todo el rango de emociones que podemos sentir en nuestra vida. Y si eres capaz de sentir todas estas emociones es porque, de alguna manera, nos resultan adaptativas, dicho de otra manera, nos hacen más aptos para sobrevivir. Son como nuestra postura erguida, como nuestros pulgares oponibles, nuestras emociones, nos han ayudado a vivir.  

Es verdad, durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas poco importantes, un poco, la segunda división del ser humano y siempre se le ha dado más relevancia a nuestra parte más racional. Pero, a medida que hemos podido ir averiguando cómo funciona nuestro cerebro, hemos podido descubrir que esto no es así y que nuestra dimensión emocional tiene una influencia determinante en nuestra vida, en nuestras decisiones, en cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos.

Dice Norbert Levy en un libro delicioso que se llama “LA SABIDURÍA DE LAS EMOCIONES”, que os recomiendo buscar y leer, tan pronto como termine El Camino del Corazón, que “Del mismo modo que las luces del tablero de mandos del coche se encienden e indican que ha subido la temperatura o queda poco combustible, cada emoción es una luz de tonalidad específica que se enciende e indica que existe un problema sin resolver. El miedo, la ira, la culpa, la envidia, etc., son estupendas y refinadísimas señales que alertan, cada una de ellas, acerca de un problema particular y su función es remitir a ese problema”. 

Pensamos que las emociones son el problema, que sentir tristeza, ira, envidia, es un problema. Y no, las emociones en si no son el problema, sino la manera en que las gestionamos, el uso que hacemos de la valiosa información que nos proporcionan. Por ejemplo, el miedo nos avisa de que nos estamos enfrentando a una amenaza y nos ayuda a evaluar si tenemos o no los recursos para enfrentarla; la tristeza, nos repliega hacia nuestro interior y genera empatía y solidaridad en los demás, para poder recuperarnos de alguna situación que nos ha dolido; la envidia nos pone en contacto con aquellas cosas que nos gustaría tener en nuestra vida y no tenemos; la culpa nos ayuda a que podamos reparar el daño que hayamos podido causar en otro. Y no hace falta que diga mucho más de la alegría o el amor.

¿Dónde está el problema? Que, si no conocemos y gestionamos nuestras emociones, es como intentar ponerse en carretera sin saber conducir: que estamos abocados al desastre. La solución, aprender a conducir nuestras emociones. Necesitamos conocerlas, reconocerlas, ponerles nombre, darles espacio, y aprender a convivir con ellas, sabiendo que, si aprendemos a dialogar con ellas, nos ayudarán a vivir mejor sin convertirnos en víctimas de nosotros mismos.

Elijo vivir consciente

“Si te tomas la pastilla azul la historia acaba. Te levantas en tu cama y crees lo quieras creer. Si tomas la pastilla roja te quedas en el Mundo Maravilloso y te muestro lo profundo que llega el agujero del conejo.”

(Morfeo, Matrix)

Imagen de Ryan McGuire en Pixabay

Soy un ser vivo. Camino, hablo, río, respiro, realizo mis funciones corporales, me relaciono, sueño, siento, pero… ¿estoy viva? ¿qué significa estar viva, qué implica? Y, voy un paso más allá, ¿qué implicaría vivir de manera consciente?

En un punto del camino, no sé si pronto o tarde, nos encontramos como Neo, con sendas pastillas en las manos, sin saber muy bien por cuál decidirnos.

Es crucial tener claro que despertar a una vida consciente es siempre una elección y un rechazo: elijo A, rechazo B. Elijo despertar, rechazo seguir durmiendo. Elijo ver el mundo y a sus habitantes tal y como son, con sus luces y sus sombras, sus contradicciones y sus certezas, capaces de los gestos más altruistas y del más profundo egoísmo. Elijo ver mis propias luces y mis propias sombras y amarme, no a pesar de las mismas, sino precisamente a causa de ellas.

Y no olvidemos que ser capaz de ver no implica necesariamente ser más feliz. La consciencia no nos trae el regalo de la felicidad eterna y a costa de todo. Sin embargo, sí nos regala algo mucho más importante: una mirada auténtica y llena de aceptación hacia lo que nos toca vivir en cada momento. Tal vez mis retinas no estarán llenas de belleza continuamente pero, cuando suceda…¡qué milagro! Miro la pastilla roja una última vez. La pongo en mi boca, la siento sobre mi lengua. Un trago de agua y…ya está hecho. Se acabaron los efectos especiales y las sombras chinescas. He elegido ser y vivir consciente.

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