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La excelencia: un hábito más que un logro

Excelencia

La excelencia a menudo se percibe como un objetivo lejano, casi celestial, difícil de alcanzar y más aún de sostener. Sin embargo, si acercamos este concepto a nuestra realidad diaria, podremos ver que nuestras acciones habituales son el verdadero terreno donde germina la excelencia. No se trata de escalar una montaña metafórica hacia el pico del logro, sino más bien de encarnar la excelencia en cada acción, no importa cuán pequeña sea.

“La perfección sencillamente no es humana. La excelencia sí.”, decía Gonzalo Martínez de Miguel en “Liderazgo Esencial. Mapas del mundo para Marta“, una joya literaria con la que me topé hace más de una década. Este enfoque hace de la excelencia un proceso constante, humano, elegible y alcanzable, donde la clave radica en dedicar nuestro máximo esfuerzo en cada tarea que desempeñamos, transformando “hacer lo mejor posible” en una práctica diaria.

Entender que la excelencia debe ser parte de nuestra vida diaria implica adoptar un compromiso persistente por mejorar en todo lo que hacemos. Da igual si se trata de una tarea mundana como lavar platos o una interacción social; la excelencia debe ser un objetivo constante. Este compromiso requiere una combinación de disciplina, persistencia y entrega total, y se convierte en una relación simbiótica con nuestras acciones: al dejar de buscar la excelencia, dejamos de ser excelentes.

Para hacer tangible esta búsqueda, podemos empezar a reflexionar sobre tres preguntas:

  1. ¿Qué debo empezar a hacer? Identifica áreas de mejora o nuevos comportamientos que puedan potenciar tus resultados.
  2. ¿Qué necesito dejar de hacer? Reconoce y elimina viejos hábitos que impiden tu progreso.
  3. ¿Qué necesito aprender a hacer? Busca adquirir conocimientos o habilidades para implementar los cambios deseados y superar tus limitaciones.

Excelencia: La Clave Para Desbloquear Tu Potencial Máximo

En cualquier proceso de coaching, el concepto de excelencia es un tema recurrente y esencial. Es un compromiso con nosotros mismos para superar constantemente nuestras limitaciones y alcanzar niveles de desempeño que nos llenen de orgullo. No se trata de competir contra otros, sino de competir contra nuestra versión anterior, mejorando continuamente en todos los aspectos de nuestra vida.

Los pilares de la Excelencia

1. Pasión: Para alcanzar la excelencia, es esencial realizar actividades que nos apasionen. La pasión es el motor que nos impulsa a seguir adelante, incluso frente a los obstáculos y desafíos.

2. Disciplina: La pasión sin disciplina es como un vehículo sin dirección. La disciplina nos permite establecer rutinas y hábitos que conducen a la mejora continua.

3. Persistencia: La excelencia requiere de un compromiso a largo plazo. La persistencia nos ayuda a no rendirnos frente a los fracasos y a verlos como oportunidades de aprendizaje.

4. Adaptabilidad: En un mundo en constante cambio, la capacidad de adaptarse rápidamente a nuevas situaciones es crucial para la excelencia. La adaptabilidad nos permite encontrar nuevas soluciones a problemas y superar los desafíos de manera creativa.

5. Mentalidad de crecimiento: Creer que podemos mejorar y que nuestras habilidades no están fijas es fundamental para alcanzar la excelencia. Una mentalidad de crecimiento nos permite enfrentar los desafíos con entusiasmo y verlos como oportunidades para crecer.

Cultivando la Excelencia

¿Cómo podemos empezar a cultivar la excelencia en nuestras vidas? Aquí hay algunos pasos prácticos para comenzar:

  • Establece objetivos claros y medibles: Define lo que quieres lograr y establece metas específicas para llegar allí.
  • Desarrolla una rutina diaria: La constancia es clave para la mejora continua. Crea una rutina que incluya tiempo para tu desarrollo personal, profesional y físico.
  • Pide feedback: No podemos mejorar en aislamiento. Pide feedback a mentores, coaches y compañeros para ver dónde puedes mejorar.
  • Aprende de los fracasos: Adopta un enfoque positivo hacia los fracasos, viéndolos como lecciones valiosas que te acercan a la excelencia.
  • Rodéate de excelencia: La compañía que mantenemos puede tener un gran impacto en nuestro desempeño. Rodéate de personas que también busquen la excelencia en sus vidas.

La excelencia es un hábito, un viaje de constante aprendizaje y crecimiento. Al cultivar la pasión, la disciplina, la persistencia, la adaptabilidad y una mentalidad de crecimiento, podemos desbloquear nuestro potencial máximo y alcanzar alturas que nunca imaginamos posibles.

Diseñando mi yo del futuro

En nuestro proceso de desarrollo personal necesitamos conectar con nuestro sabio interior además de con nuestro niño interior. Te cuento cómo.

El niño interior

Para quienes estamos vinculados con el mundo del desarrollo personal, tanto por curiosidad, interés personal o profesional o, simplemente, por estar en un proceso de terapia, el concepto del “niño interior” no es nada nuevo. En palabras del psicólogo Armando Arafat, el niño interior “refleja al niño que una vez fuimos en sus aspectos «negativos» y «positivos». Nuestras necesidades insatisfechas y nuestras emociones infantiles reprimidas, así como nuestra inocencia, creatividad y alegría infantil, todavía están latentes dentro de nosotros.” O lo que es lo mismo, dentro de nosotros todavía vive ese niño, esa niña que fuimos allá y entonces. Ese niño, esa niña que tuvo que hacer frente a situaciones que le abrumaron y necesitó realizar, como dice la terapia Gestalt, un ajuste creativo que le llevó a conclusiones sobre si mismo, sobre sus relaciones, sobre el mundo. Y, sorprendentemente, esas conclusiones, años después, en su vida adulta, han seguido latentes en un segundo plano. A veces, son el poder en la sombra, están detrás de determinadas decisiones y actitudes importantes, sin que seamos conscientes de ello. Es digno de mencionar el trabajo que la psicóloga Victoria Cadarso realiza con el niño interior, una de sus áreas de interés, a la que le ha dedicado dos de sus libros, “Abraza a tu niño interior” y “El niño interior encuentra el amor”.

Mi sabio interior

Comparto hoy una reflexión que me ha surgido a partir de un programa que estoy cursando,  creado por Shirzad Chamine, Positive Intelligence,  autor del best-seller del mismo nombre. Definitivamente es importante atender y trabajar con nuestro niño interior, aunque también lo es poner el foco en nuestro yo del futuro, en nuestro yo de la última etapa de nuestras vidas.

Imaginemos que tenemos 80 años y que estamos en pleno uso de nuestras facultades físicas y psíquicas. Observemos la escena y pongamos foco en lo siguiente:

¿Cómo estamos? ¿Qué aspecto tenemos? ¿Cómo vestimos? ¿Cómo nos movemos, hablamos, reímos…?

¿Dónde estamos? ¿En el mismo lugar en el que vivimos hoy o en algún sitio completamente diferente? ¿Cómo nos sentimos allí?

¿Con quién estamos? ¿Pareja, familia, amigos, mascotas? ¿O estamos solos? ¿Hemos buscado esa situación, de compañía o soledad, o nos la hemos encontrado?

Y, lo más importante, ¿quiénes somos? ¿qué hemos aprendido en todos estos años? ¿qué hacemos ahora que antes no hacíamos? ¿qué hemos dejado de hacer? ¿qué es lo importante y qué es lo accesorio?

Tal vez nos cueste pensar en nuestro “anciano interior” porque la vejez nos conecte con la decrepitud y la muerte. Sin embargo, recordemos que la edad, cuando va acompañada de consciencia, nos acerca a un territorio de lo más interesante y trascendente: la sabiduría.

Y algo más. Al niño interior sólo podemos gestionarle, porque no podemos viajar en el tiempo, no podemos ir allá y entonces, cuando la herida se originó, no podemos salvar a ese niño que fuimos. Pero sí podemos plantar desde HOY las semillas de quién queremos ser al final de nuestros días. Hoy podemos empezar a diseñar y vivir la vida que necesitamos vivir para alcanzar la sabiduría que los años nos regalan. Piensa en los ajustes que tienes que hacer ahora mismo en los tres centros de inteligencia que nos señala el Eneagrama, el sentir, el pensar y el hacer.

El momento es hoy. Os dejo, voy a empezar a plantar las semillas de mi futura yo.

Inteligencia Emocional o el arte de estar en buena sintonía con tus emociones

Qué me dirías si afirmo categóricamente aquí y ahora que todas las emociones son necesarias y positivas. Sí, sí. TODAS. Seguramente no me creas, seguramente pienses que con la llegada del otoño se me ha aflojado alguna tuerca o algo así pero enseguida vas a ver que esto tiene una explicación muy sencilla. Si eres capaz de sentir algo, es porque estás equipado para ello, más concretamente, porque tu cerebro está preparado y organizado para que puedas sentir tristeza, alegría, asco, miedo, ira, culpa, vergüenza…es decir, todo el rango de emociones que podemos sentir en nuestra vida. Y si eres capaz de sentir todas estas emociones es porque, de alguna manera, nos resultan adaptativas, dicho de otra manera, nos hacen más aptos para sobrevivir. Son como nuestra postura erguida, como nuestros pulgares oponibles, nuestras emociones, nos han ayudado a vivir.  

Es verdad, durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas poco importantes, un poco, la segunda división del ser humano y siempre se le ha dado más relevancia a nuestra parte más racional. Pero, a medida que hemos podido ir averiguando cómo funciona nuestro cerebro, hemos podido descubrir que esto no es así y que nuestra dimensión emocional tiene una influencia determinante en nuestra vida, en nuestras decisiones, en cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos.

Dice Norbert Levy en un libro delicioso que se llama “LA SABIDURÍA DE LAS EMOCIONES”, que os recomiendo buscar y leer, tan pronto como termine El Camino del Corazón, que “Del mismo modo que las luces del tablero de mandos del coche se encienden e indican que ha subido la temperatura o queda poco combustible, cada emoción es una luz de tonalidad específica que se enciende e indica que existe un problema sin resolver. El miedo, la ira, la culpa, la envidia, etc., son estupendas y refinadísimas señales que alertan, cada una de ellas, acerca de un problema particular y su función es remitir a ese problema”. 

Pensamos que las emociones son el problema, que sentir tristeza, ira, envidia, es un problema. Y no, las emociones en si no son el problema, sino la manera en que las gestionamos, el uso que hacemos de la valiosa información que nos proporcionan. Por ejemplo, el miedo nos avisa de que nos estamos enfrentando a una amenaza y nos ayuda a evaluar si tenemos o no los recursos para enfrentarla; la tristeza, nos repliega hacia nuestro interior y genera empatía y solidaridad en los demás, para poder recuperarnos de alguna situación que nos ha dolido; la envidia nos pone en contacto con aquellas cosas que nos gustaría tener en nuestra vida y no tenemos; la culpa nos ayuda a que podamos reparar el daño que hayamos podido causar en otro. Y no hace falta que diga mucho más de la alegría o el amor.

¿Dónde está el problema? Que, si no conocemos y gestionamos nuestras emociones, es como intentar ponerse en carretera sin saber conducir: que estamos abocados al desastre. La solución, aprender a conducir nuestras emociones. Necesitamos conocerlas, reconocerlas, ponerles nombre, darles espacio, y aprender a convivir con ellas, sabiendo que, si aprendemos a dialogar con ellas, nos ayudarán a vivir mejor sin convertirnos en víctimas de nosotros mismos.

Elijo vivir consciente

“Si te tomas la pastilla azul la historia acaba. Te levantas en tu cama y crees lo quieras creer. Si tomas la pastilla roja te quedas en el Mundo Maravilloso y te muestro lo profundo que llega el agujero del conejo.”

(Morfeo, Matrix)

Imagen de Ryan McGuire en Pixabay

Soy un ser vivo. Camino, hablo, río, respiro, realizo mis funciones corporales, me relaciono, sueño, siento, pero… ¿estoy viva? ¿qué significa estar viva, qué implica? Y, voy un paso más allá, ¿qué implicaría vivir de manera consciente?

En un punto del camino, no sé si pronto o tarde, nos encontramos como Neo, con sendas pastillas en las manos, sin saber muy bien por cuál decidirnos.

Es crucial tener claro que despertar a una vida consciente es siempre una elección y un rechazo: elijo A, rechazo B. Elijo despertar, rechazo seguir durmiendo. Elijo ver el mundo y a sus habitantes tal y como son, con sus luces y sus sombras, sus contradicciones y sus certezas, capaces de los gestos más altruistas y del más profundo egoísmo. Elijo ver mis propias luces y mis propias sombras y amarme, no a pesar de las mismas, sino precisamente a causa de ellas.

Y no olvidemos que ser capaz de ver no implica necesariamente ser más feliz. La consciencia no nos trae el regalo de la felicidad eterna y a costa de todo. Sin embargo, sí nos regala algo mucho más importante: una mirada auténtica y llena de aceptación hacia lo que nos toca vivir en cada momento. Tal vez mis retinas no estarán llenas de belleza continuamente pero, cuando suceda…¡qué milagro! Miro la pastilla roja una última vez. La pongo en mi boca, la siento sobre mi lengua. Un trago de agua y…ya está hecho. Se acabaron los efectos especiales y las sombras chinescas. He elegido ser y vivir consciente.

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